La retirada de Anderssen Banchero.


126588355_1f3f13d4ff

La retirada de Anderssen Banchero.

Miriam Licón Luna

Anderssen Banchero mira con gesto lacónico hacia el escritorio principal del banco de seguros donde atienden a una mujer que viene a cobrar un seguro de vida. Es la viuda de Esteban Romero, un amigo que conoció en sus esporádicos encuentros con el mundillo literario, si es que sepuede llamar amigos a quienes vimos por un breve tiempo y después desaparecieron para siempre de nuestras vidas. No, Banchero no tiene amigos. Ni amigos ni generación. Todavía quedan vivos muchos de aquellos que conoció en otros tiempos, y nunca volvió a ver, Washington Benavides, Alfredo Zitarrosa, Juan Carlos Onetti. Con quien sereencontró hace poco es con Heber Raviolo, su único editor. Le entristece que sea la pobre figura de una mujer solitaria la que le recuerde sus años más entusiastas, los de las ediciones de la Banda Oriental y la revista Asir, los de su militancia en el partido. No es que fueran sus años más productivos porque ahora a los 60 y pico ha vuelto a publicar, después de todo nunca ha sido prolijo, nunca ha desperdiciado las palabras en páginas inútiles, sólo ha escrito un par de novelas y algunos cuentos precisos. Por suerte, no es él quien atiende a la mujer. Le desagrada tratar directamente a los clientes, sobre todo a los Lunchetti, los Benedetti, los Mendicutti que siempre buscan una complicidad con un origen italiano que Banchero nunca asocia a su persona; él no es hijo, nieto, primera, segunda generación de italianos él es un uruguayo sin más. Con los años ha ido despreciado esa Europa que algunos escritores ven como un espejismo, como un oasis en la aridez cultural de América Latina. Para él, Argentina es su otra patria filial, una compañera patria y no una madre patria. Muchas veces ha visto imágenes de Buenos Aires: cuantas cosas ha pensado escribir acerca de ese Buenos Aires que nunca visitó, aunqueesta seguro que del otro lado de Río de la plata los tangos suenan de la misma manera que en los viejos boliches de Montevideo.

Ya son las cinco de la tarde, los empleados salen con mayor premura los viernes que el resto de los días, pero Banchero se queda a escribir. Cuando la máquina deja de ser una ametralladora que le tortura la espalda y le anestesia los sentidos comienza su flirteo con el teclado. Jamás escribe en los cafés ni en los bares, no lo hacia en los años sesenta cuando confiaba en la escritura como práctica revolucionaria, mucho menos ahora que se ha convertido en un apasionado conversador solitario con la máquina de escribir. En aquellos años, cuando tenía camaradas, deseaba ser leído, después empezó a escribir para si mismo, acumulando pequeñas historias y viñetas que guardó hasta los últimos años de la década de los setenta.

Llevaba más de cinco años trabajando en el banco cuando empezó a dejar consignas comunistas en las paredes del baño de la oficina. Solamente Antonio se dio cuenta de quien era el autor, un día se le acercó y le dijo en secreto “yo también rengueo por la izquierda”. Después lo vio en un par de reuniones del partido antes de que desapareciera para siempre en una cárcel del sur. Se dejó crecer la barba, hache-ele-ve-ese, hasta la victoria siempre, era el entendido de los camaradas en tiempos de la dictadura. Su figura le delataba, Antonio ya no estaba y el gerente estaba seguro que Anderssen Banchero era el único comunista que quedaba en el banco. Un buen día lo mando llamar para pedirle un favor, quería a sacar un almanaque del banco con imágenes y textos de uruguayos de la década de los sesenta, que ese año llegaba a su fin. Se había enterado que Banchero había publicado dos libros, a él le llegó Un breve verano y en la solapa supo de la existencia de un libro anterior, Mientras amanece, del año 63. El encargado del banco le propuso un trato: no le denunciaría, como había hecho con Antonio, pero a cambio le pedía una historia ambientada en las oficinas del banco. Banchero la escribió. Esa fue la primera vez que apareció Juan Pedro, un personaje abiertamente autobiográfico, políticamente ausente pero muy desdeñoso y escéptico de su entorno. La historia abría el almanaque del año 1970 del Banco de Seguros. El gerente que siempre fue corto de miras nunca comprendió el humor saturnino de Banchero, vio en Juan Pedro el retrato de un oficinista solitario, perdiendo las sutilezas de ese personaje mínimo que sabia evadir las vilezas de un trabajo y un entorno ruines.

Es tarde cuando Banchero abandona el edificio de seguros. Saca un cigarro del saquito de oficinista y emprende el camino por toda la avenida 18 de julio pensando que nunca perteneció a la raza de los decentes. Desde hace más de 30 años recorre la avenida en largas caminatas, conoce una a una las fachadas de los edificios viejos, las fechas de construcción de los edificios modernos, que le dan nueva vida a la avenida más antigua de Montevideo y sobre todo el interior de cada uno de los bares. Aparentemente las calles son distintas ahora, ya no hay que cuidarse las espaldas. Hace dos años que oficialmente terminó la dictadura y con ello las detenciones y la represión, pero Banchero ha escuchado eso mismo varias veces en su vida, desde la dictadura del 31 hasta la que aparentemente llegó a su fin en 1985. Justo ese año ganó el concurso de la Banda Oriental con la novela Los mezquinos rincones, que reescribió y rebautizó como Los regresos, después de todo, la vida era para Juan Pedro un sobrellevar la cotidianeidad como una reiteración cíclica y vacía de gestos sin contenido. En el maletín trae “Las chozas”, el cuento que acaba de terminar. Le impresionó una historia que escuchó en la radio a primera hora de la mañana y que le acompaño el resto del día. Al parecer, se ha librando de su propio deambular emocional y las historias le llegan de cualquier rostro, de cualquier frase, salen de cualquier ventana o entran por muchas puertas. Se come un choripán en el último local abierto y compra una botella de vino antes de emprender el camino acasa.

Los dos últimos años han sido bastante buenos, sobre todo los últimos meses, ha escrito más que en su juventud. Ignora que discretamente su novela Las orillas del mundo gana nuevos adeptos entre los Montevideanos que encuentran en ella un retrato inusual de la vida en los suburbios. Como va a saberlo si cada vez se aleja más de los circuitos literarios, ha perdido el entusiasmo que tenia cuando la revista Asir, en la plenitud de sus treinta. De vez en cuando le llega una carta de Martín, con quien intercambia impresiones sobre alguna lectura, pero nada mas…después de todo se trata de un compañero en exilio.

Está acostumbrado a los cuartos de hoteles abandonados y a las pensiones en ruinas, es lo único que puede solventar en la avenida 18 de julio. Nunca aceptó los créditos de vivienda que ofrecía el banco a sus empleados. Alguna vez sintió la necesidad de una casa, pero la vida con Olivia fue muy breve, los dos años en que nació y aprendió a caminar su hijo. Antes de entrar a su cuarto saluda a Mingo y escucha la misma historia que cuenta con una caja de fósforos en mano. Siempre muestra la imagen de una mujer distinta que asegura es la hija que vino a buscar a Montevideo a sabiendas de que se ha convertido en una famosa modelo. Anderssen Banchero lo escucha con la misma atención de cada noche, antes de internarse en su habitación.

Antes del amanecer el escritor se sintió agotado. Dejó a su personaje bebiendo en un boliche, imbuido en las memorias de su pasado tal y como el mismo Banchero se encontraba antes de cerrar los ojos.

Pasaron varios días para que la mujer de la pensión decidiera abrirle la puerta del cuarto a un policía, estaba segura de que algo le había pasado a su inquilino porque no salía de la habitación ni respondía a su llamado. El oficial vio el cuerpo rígido deun hombre viejo recostado sobre la camatendida; a un lado, en una pequeña mesa estaba la máquina de escribir con una hoja en el rodillo. Supuso que se trataba de alguna confesión o de una despedida, de esas que suelen dejar los suicidas. Lo que encontró fue un palabrerío sin principio ni fin, que un compañero de trabajo de Banchero bautizó meses después como La retirada.

-la mósfera está llena de gas por culpa de los rusos-dijo.

Era un hombre flaco y viejo y me quede mirando su afilado perfil contra la ventana que daba a la carretera. Seguramente estaría evocando los lejanos días de su juventud, en que la atmósfera estaría llena de cosas: de olores, aromas, distancias, de cuando en cuando del líquido de la lluvia, de cualquier cosa menos de los gases de los rusos.

-Los americanos también largan gases-le dije.

Sí; pero la culpa es de los rusos.

-Son unos cuantos millones de tipos-le dije-. Entre los rusos, los americanos y los chinos podrían llenar la atmósfera de gases.

-Es así,-aceptó-. Pero la culpa es de los rusos; si no fuera por los rusos nadie largaría gases.

Ya no le cabía la copa de mi vuelta y se puso de pie trabajosamente, recogió la bolsita que contenía un pan de flauta, una botella de vino y cien gramos de mortadela y salió, tambaleándose, hacia la puerta del boliche. Cuando se echó la bolsita al hombro, el pan sobresalía sobre sus espaldas como la bayoneta del fusil de un soldado.

-Es así-repitió antes de salir, con una voz tan agradable como el ruido de un rallador-;!yo no se que quieren esos rusos!

Parecía un soldado en derrota emprendiendo una penosa retirada. Todos los hombres suelen emprender diariamente una retirada más o menos penosa, sólo que aquella, con tan magro botín-aparte del vino, unos cuantos gramos de fiambre y aquel pan que para sus dientes ausentes o flojos como las teclas de un viejo piano, debía tener la consistencia del acero de una bayoneta-era una retirada sin esperanzas.

Lo mire irse borrando en el anochecer.

Yo también soy solo y quizás tampoco tenga esperanzas, razonables al menos, pero la razón no tiene nada que ver con las esperanzas, así que seguí bebiendo; quizás pudiera ver la luz del día siguiente.

Creative Commons License

~ por 666ismocritico en abril 7, 2009.

Una respuesta to “La retirada de Anderssen Banchero.”

  1. Miriam: soy el nieto de Banchero, o mejor dicho soy Banchero, el nieto de Anderssen. Me gustó mucho el cuento, mucho, mucho. A mi también me interesan las letras y me gustaría hablarte. Por favor escribime aquí y vemos como podemos contactarnos.
    Saludo
    Agustín Banchero

Deja un comentario